Daniela Gooding

Me llamo Daniela, pero todos me conocen como Nani. Nací en Bogotá un 16 de julio de 1999, y desde entonces mi vida ha sido un torbellino de amor, aventuras y desafíos. Mi mamá, Yoma, tenía solo 16 años cuando me tuvo, así que desde el principio siempre fuimos ella y yo, inseparables. Incluso antes de nacer, mi vida ya estaba llena de magia. Mi mamá tenía a su mejor amigo de toda la vida, Javi, con quien compartía aventuras desde que eran niños. Cuando Javi supo que yo venía en camino, fue como un flechazo: decidió que quería formar parte de esta historia y, juntos, mi mamá y él unieron fuerzas para sacar adelante el proyecto más importante de sus vidas: formar una familia.

A partir de ese momento, Javi se convirtió en mi papá, y los tres fuimos un equipo imparable. Mi mamá hacía malabares entre el trabajo y los estudios, mientras Javi la apoyaba en todo y trabajaba en sus propios emprendimientos. Mis primeros años estuvieron llenos de amor y carreras, porque mi mamá era una verdadera súper heroína que siempre se esforzaba por darme lo mejor.

Uno de mis recuerdos favoritos de esa época eran las vacaciones que pasaba en la casa de verano de mi abuelito Fernando. Cada año, esperaba con ansias esos días de descanso, llenos de diversión, sol y horas en la piscina. Mi abuelito siempre tenía alguna historia fascinante que contar o una nueva aventura que proponernos. Esos días en su casa eran pura felicidad.

Y, claro, siempre estaban las fiestas de la familia Carrillo. No eran simples reuniones, eran auténticas celebraciones de la vida. Toda la familia se reunía, y entre las risas, anécdotas y la música, nunca faltaba la alegría. Mis tíos Ramírez, en particular, siempre estaban pendientes de mí, y mis primas y yo pasábamos horas jugando y charlando. En cada logro o desafío, estaban ahí, listos para apoyarme con su cariño incondicional. Tener esa red de amor a mi alrededor, sin importar la distancia, siempre me hizo sentir segura y protegida.

Mi abuelita Flor Ángela también fue una parte esencial en esos primeros años. Era profesora en el colegio donde yo estudiaba, así que ¡imagínense tener a la abuelita como profe! Todos los días me llevaba al colegio, y me sentía como la reina del lugar, porque conocía a todo el mundo y todos me trataban con cariño.

A los 7 años, llegó mi hermanito Ian. Yo estaba emocionadísima de tener un compañero de juegos, pero cuando lo vi tan pequeño, me di cuenta de que tendría que esperar un poco antes de poder correr y jugar con él. Sin embargo, desde el primer día me convertí en su hermana mayor protectora. Tres años después, llegó Owen, el más pequeño y consentido de la casa. Con su llegada, nuestra familia se completó. Aunque ya era adolescente, siempre sentí una gran responsabilidad por mis hermanos; los cuidaba, los llevaba a todas partes y, por supuesto, los consentía.

En 2018, nuestra vida dio un giro importante cuando nos mudamos a Toronto, Canadá. Dejar Bogotá fue difícil, pero también estaba llena de emoción por lo que estaba por venir. Toronto fue un cambio radical para mí. Aprendí inglés rápidamente, y aunque al principio las clases eran complicadas, me adapté poco a poco. Me gradué del high school con reconocimientos, y con cada paso me sentía más fuerte y segura de mí misma.

Después del colegio, ingresé a Laurier University, y ahí todo cobró sentido. Me uní al grupo de danza de la universidad, y esos momentos bailando fueron de los más felices de mi vida. También aprendí francés, lo que me llevó a vivir una experiencia increíble: un semestre de estudios en Francia. Viajar, conocer nuevas culturas y aprender idiomas fue una de las mejores decisiones que tomé. Esos años en la universidad fueron como una montaña rusa de emociones. Hubo momentos de esfuerzo, risas, aprendizajes y también alguna que otra desilusión.

Hoy, al mirar atrás, siento un inmenso orgullo por todo lo que he logrado. Me estoy graduando de Laurier University, y este es solo el comienzo de una nueva aventura. Cada paso, cada desafío, cada risa y cada lágrima me han traído hasta aquí. La vida no siempre ha sido fácil, pero ha valido la pena cada momento. He aprendido que, con amor y dedicación, todo es posible.

Ahora, estoy lista para lo que venga. Porque si algo sé con certeza, es que con mi familia a mi lado, puedo lograr cualquier cosa. ¡Y lo mejor está por venir!